martes, 10 de marzo de 2020

GOLPE(S)



Las noticias anuncian una mujer fallecida por un disparo de su pareja. Otra vez, de nuevo. Piensas en ella, en lo que tuvo que sufrir antes de que llegara ese disparo: golpes, insultos, amenazas… su asesino ya se había encargado de anularla como persona antes de decidir terminar con su vida.
Me encuentro tomando un café mientras escribo sobre ella. Aunque para mí sea un plural. Un ellas. Con un final injustamente terrorífico.
¿Por qué no hay denuncias previas?
Por el motor más fuerte del mundo: el miedo.
Si alguna vez, y espero con toda mi alma que no haya sucedido, habéis recibido maltrato físico y psicológico, os encontraréis amenazadas por si contáis algo. Amenazas de muerte o amenazas que atacan a la familia que tanto queréis.
Pienso en ello mientras aún siento la cicatriz de los golpes que aún meses después no se ha borrado, sigue como un castigo, sigue cortando la respiración y dando miedo.
¿En realidad esto ocurre simplemente por ser mujer? ¿Te pegan por qué creen que pueden contigo? ¿Por qué se creen más que tú?
El golpe me dejo sin aliento unos minutos. La sensación era dolorosa y desée morir en ese momento, no supe que las próximas semanas el dolor me iba a recordar lo que para ese hombre (si podemos llamarle así) pude significar. Un juguete en sus ansias de violencia, un objeto de amenazas de muerte.
Me sentía como esas mujeres que salen en las noticias.
La muerta mañana podría ser yo. Podría ser cualquiera de nosotras.
Puedo decir que no estamos solas. Aunque el apoyo policial sea más limitado de lo que puede imaginar. Se quejan de leyes que superprotegen a la mujer pero yo no las he visto.
Mientras sigo escribiendo con mi café ya templado, ella entra al bar con uno de sus hijos pequeños.
Nos miramos, veo lagos de dolor en sus ojos. Sé que ella tuvo un valor inmenso al denunciar a la misma persona que ahora me había dejado cicatrices en cuerpo y alma.
Aún así, vi como me sonreía con los ojos y a la vez nos pedíamos perdón por haber permitido aquello. Su hijo era precioso, vi bondad y ganas de luchar en ella.
No sé cuantos minutos nos miramos de una esquina a otra de la cafetería hablando de nada pero diciéndonos mucho.
Éramos supervivientes y libres.
Él ya no lo era.


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