No era un proceso fácil, pero podía conseguirse. A veces, durante ese camino volvías a caerte, también encontraste personas que te ayudaron y lo hicieron todo más fácil, te regalaban pedacitos de cariño y de comprensión para volver a construir a tu nueva yo que en esos momento estaba perdida. Otras personas, fueron como pequeñas ráfagas de aire fresco, reconfortantes, pero breves y que también se fueron. Dejando aún más vacío donde ya había bastante.
Sin embargo, casi sin darme cuenta empecé a tomar forma. Volvía a sonreír de vez en cuando, visité lugares maravillosos y escribí cosas bonitas. Aprendí.
Un día, me puse a ordenar todas las cosas que había sentido: el amor, el miedo, el desamor, los celos, la alegría, la felicidad, la desdicha, la belleza, la pérdida, el vacío y la plenitud. Y les cambié la prioridad, dejé en el cajón más elevado de mi memoria los más bonitos y me sentí orgullosa de haber podido sentir todo aquello alguna vez en mi vida y, ¿sabes qué? creo que no lo cambiaría por nada.
Ahora la reconstrucción está casi acabada, incluso parece todo más bonito que antes.
Y ahí está la paradoja:
A veces es necesario demoler un alma para reconstruirla desde cero, y hacerla mejor.
Texto: Tabita Beizana
Fotografía: Clara López
Fotografía: Clara López
No hay comentarios:
Publicar un comentario